dimarts, 7 de novembre del 2017

Materias inmateriales


La foto es de  Iván Pisarneko y corresponde al Carnaval de Barranquilla
Artículo enviado a El País el  5 de septiembre de 2012 y no publicado

MATERIAS INMATERIALES
Manuel Delgado

Están próximos a hacerse públicos los nuevos elementos que la UNESCO incorporará a su Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Interesante noción esa de “patrimonio inmaterial”. Es en torno a ella que se está generando una notable actividad desde las instancias que en cada país gestionan el ámbito cultural, lo que contrasta con las dificultades que entraña su definición y establecer las materias a las que cabe asociarla.

No se va a discutir ahora la existencia de entidades de orden metafísico, es decir carentes de sustancia. Las concepciones del mundo, los valores morales, los diferentes tipos de capital, los códigos lingüísticos, los derechos de propiedad o las tecnologías son ejemplos de realidades que no se ven, ni se pueden tocar, pero que pueden ser atesoradas, intercambiadas, distribuidas o cedidas en herencia a generaciones posteriores. Ahora bien, cuando la UNESCO habla de cultura inmaterial no se está refiriendo a los aspectos ideacionales o simbólicos de la cultura. La definición oficial de la Convención de 2003 alude al "conjunto de creaciones basadas en la tradición de una comunidad cultural expresada por un grupo o por individuos y que reconocidamente responden a las expectativas de una comunidad en la medida en que reflejan su identidad cultural y social." Una definición que, como se ve, se corresponde con la cultura, la jurisdicción científica de la cual llevan asumiéndola la antropología desde hace siglo y medio.

Pero la cuestión no es meramente conceptual. La noción de cultura inmaterial ocupa un lugar cada vez más importante en las políticas culturales, genera  actividad administrativa y moviliza partidas de dinero público, todo con el fin de aplicar una denominación de origen a realidades cuyo valor las hace dignas de ser indultadas de la colosal máquina de depredar y destruir que es en la actualidad el sistema capitalista. Por ello, no está de más que nos planteemos qué es lo que se está haciendo en relación con ese asunto, en el marco de un país que, por ahora, ha aportado a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad la Patum de Berga y los castells, más, compartidas con el resto del estado, la dieta mediterránea y la cetrería.

En ese terreno se vislumbran dos grandes vías a seguir. Una entendería que el cuerpo de la cultura inmaterial no es sino el del impresionismo folklórico y se traduciría en una etiqueta a aplicar sobre ciertos productos culturales para, una vez desprendidos de sus raíces sociales, ser promocionados de cara al negocio turístico o la legitimación política. Si el camino es ese, el de la producción de “sabores locales”, la selección de elementos patrimonializables va a depender de criterios que serán los propios del marketing empresarial o de la propaganda gubernamental.

La otra opción sería la de asignar la materialidad del patrimonio inmaterial a ciertas realidades culturales en peligro, con lo que no se haría más que identificarlas con lo que actualmente se designa oficialmente en tanto que Bienes Culturales de Interés Nacional, lo que implicaría a su vez hacerlas reconocer por la legislación vigente para esa materia, la ley 9/1993, que ya recogía el concepto de cultura intangible, aunque sin concretarlo.  La elección de esa alternativa conlleva la de confiar la identificación y la gestión de ese patrimonio cultural a proteger a profesionales de la materia, es decir a antropólogos/as, tal y como ocurre en la actualidad con el patrimonio etnológico. Es decir, si se asume que la cultura inmaterial no es otra cosa que la cultura viva y vivida, se debería interpretar que su inventario y valoración correspondería a una disciplina cuya oferta académica atrae a cientos de estudiantes que, de no ser así, verían escamoteada una esfera profesional que en buena medida les corresponde y para la que están siendo entrenados.

No se trata de un tema corporativo. Tiene que ver ante todo con las pruebas que se pueden requerir a los poderes públicos de que se toman en serio las cosas que administran. Asumir competencias debe querer decir que es a profesionales competentes a quienes se asigna su aplicación y desarrollo. De ello depende que el llamado patrimonio inmaterial no acabe siendo un mecanismo destinado a convertir la cultura popular en espectáculo temático para turistas o en espejo que devuelve una imagen banal y distorsionada de cualquier identidad colectiva.  



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