divendres, 19 de maig del 2017

Otro fantasma recorre Europa

La foto es de Farfahinne

Artículo publicado en El Periódico de Catalunya, el 12 de junio de 2002

OTRO FANTASMA RECORRE EUROPA
Manuel Delgado

“Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del comunismo”. Con esas palabras Marx y Engels iniciaban su Manifiesto de 1848 y lo hacían constatando cómo las clases poderosas intentaban frenar el avance de un movimiento ideológico que hacía temblar los cimientos del capitalismo. Fue frente a esa amenaza que se desató una represión feroz contra el proletariado y se acabó por ceder el poder a movimientos fascistas dispuestos a hacer el trabajo sucio de la gran burguesía industrial y de los terratenientes.

Hoy, más de un siglo después, otro fantasma parece agitarse arrollador de un lado a otro del viejo continente. Es el fantasma de la inmigración. Es cierto que las circunstancias no son las mismas, pero se parecen: un capitalismo arrogante y omnipoderoso; el mismo imperialismo, al que se llama ahora globalización; un proletariado constituido por extranjeros, como ocurriera a principios de siglo en Estados Unidos o Argentina, sometido a formas extremas de explotación, sin derechos, ensayando nuevas formas de organización y encontrado a veces en la religión –por ejemplo, en el Islam– una ideología de resistencia; por último, la reaparición de movimientos ultrareaccionarios que prometen acabar por la vía rápida con el “problema”. 

He aquí la última entrega de la historia de la lucha de clases, en que los sectores más maltratados de la sociedad deben ser de nuevo mantenidos a raya y sometidos. Para ello, leyes de extranjería cada vez más severas, no pensadas para que los inmigrantes no vengan, sino para que los que lleguen permanezcan sin derechos, dispuestos a trabajar como sea y a cualquier precio. Para ello, cada vez mayores poderes para la policía y pronto para el ejército, para que los nuevos miserables se sientan humillados y acosados..., una masa atemorizada y dócil de mano de obra barata. Para ello, la alarma que los medios de comunicación se encargan de extender, hablando sin parar de la conflictividad que los inmigrantes suscitan, incluso cuando rezan. Para ello, el espantajo del neofascismo, cortina de humo que permite ocultar que la extrema derecha difícilmente puede ocupar el poder en ciertos países de Europa –entre ellos el nuestro–, porque de hecho lo está ocupando ya.

Como en la época de la revolución industrial y el emerger del proletariado como fuerza histórica, se ha vuelto a firmar una nueva santa alianza ante la eventualidad de que los descamisados del siglo XXI se nieguen en un momento dado a obedecer. Los gobiernos de Europa asumen la necesidad de marcos legales y actuaciones que vulneran todos los derechos humanos habidos y por haber, poniendo de manifiesto que para los inmigrantes pobres los nuestros no son países democráticos, sino dictaduras en que rige el toque de queda y en las que quien manda son los ministros de Interior. A la vez, los gobiernos pueden achacar el desmantelamiento de lo público en que están empeñados no a la consigna de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, sino a una invasión de náufragos a los que mantener.

Buen número de empresarios se suman al pacto, interesados en cualquier cosa menos en que se regule la inmigración. Al contrario, felices de que existan legislaciones que contribuyan a convertir el mercado laboral en lo que de hecho ya es: una selva sin amparo. En cuanto a las mayorías sociales, también aparecen dispuestas a continuar usando a los inmigrantes para aliviar sus frustraciones y hacerlos culpables fáciles de todo: la inseguridad ciudadana, la crisis de valores, el aumento del paro, el deterioro de sus barrios, la quiebra del sistema de auxilio social, incluso del auge del racismo.

Los trabajadores extranjeros están aquí para desvelar lo que nuestras virtuosas democracias disimulan: brutalidad, explotación, despotismo. Ellos son nuestro lado oscuro. Los inmigrantes están al margen del sistema social, es cierto, pero es ahí, en los márgenes, donde se encuentra siempre el epicentro de las dinámicas históricas. No estarán integrados, pero el resto de la sociedad sí que lo está gracias a ellos o, mejor dicho, contra ellos. Al mismo tiempo, su presencia nos plantea qué hacer hoy contra la maldad de los fuertes e invita, a quienes todavía odian la injusticia, a conspirar contra el desorden constituido, a formar parte de lo que habrá de pasar en las calles y, si se ha conseguido llegar hasta el corazón mismo de las instituciones, a aprender, allí y desde ellas, a ser agentes dobles al servicio del enemigo.


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